domingo, 8 de agosto de 2010

Domingo

Escuché otra fuerte explosión, y como en otras èpocas de alerta, salí a mi ventana para ver lo que ocurría: al parecer nada, el papá le decía algo a su hijo mientras terminaba de lavar su carro y el frente de su casa con una manguera, un domingo de absoluta paz. Una hora y media después, en la frutería, un tipo grita histérico por la radio - intentando convencer a las personas para que estén tranquilas, sin mucha fortuna - que hace hora y media ha ocurrido una fuerte explosión pero que por fortuna no ha afectado ningún municipio en un perìmetro de 100 kilòmetros . Ahora entiendo que hacen los tres tipos sospechosos en la frutería con esas mezclas extrañas de prendas militares, chalecos reflectivos y un bolso de tela a punto de reventarse por sus costuras más frágiles. Han dejado estacionadas sus tres motocicletas en la entrada, los tres cascos están pendurados en los respectivos manillares y parecen listos a la acción. Me parecía demasiado tierna la frutería para su dureza.

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